Opinion

La posibilidad del consenso y la política como show

La Legislatura consiguió quórum y abrió las puertas a otra etapa, en la que se espera que la confrontación deje paso a más y mejores acuerdos, en un contexto en el que la política, en todos los niveles, produce más vergüenza que soluciones.

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EL DIARIO digital

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Una de cal…

Después de que una nueva puerta se abriera para que las fuerzas políticas pudieran ser conscientes de la realidad social que golpea a las puertas de cada rincón de la provincia, al final la Legislatura provincial pudo conseguir quórum en la semana que se fue, en una demostración de que algunos básicos consensos institucionales son posibles.

Más aún: el propio episodio fue demostración de cuáles son las orientaciones e intenciones de los distintos agrupamientos políticos, ya que aún en las condiciones sabidas el espacio de Comunidad Organizada también pegó el faltazo, para seguir haciendo su juego, tomando como horizonte y razón exclusivamente su conveniencia, lejos de los intereses y las necesidades de la ciudadanía.

En el camino a esa sesión finalmente lograda, que es apenas un primer paso de lo que se espera sea un acuerdo más extendido, el gobernador Sergio Ziliotto hizo un anuncio relativamente sorpresivo, en el que dejó la pelota en campo opositor, porque de alguna maneja despejó algunos asuntos que molestaban a determinadas referencias legislativas de los espacios no peronistas.

El proyecto original de un "aporte solidario obligatorio" hizo retranca y se presentó una alternativa, con otra metodología administrativa y adoptando el tono de coincidencias básicas que habían cruzado el encuentro entre partes: de algún modo el gobierno dejó ver que su idea no es un capricho y que estaba dispuesto a conceder algunos puntos, tal como ya lo había demostrado en las negociaciones legislativas.

La oposición sabe que se quedó sin el argumento de la posible "inconstitucionalidad" de la ley a tratar, con la clara sensación de que si insiste en esa teoría ya será una excusa, no sólo a ojos de la dirigencia que trata el tema, sino de la comunidad que en estas semanas miró azorada la imposibilidad de que se pongan de acuerdo los sectores que tienen la obligación de hacerlo y que además tienen un pasar privilegiado en comparación con el del resto de la sociedad.

Bienvenido sea que, por distintos motivos, el radicalismo y el PRO hayan entrado en razones y hayan comprendido que la función legislativa incluye la posibilidad legítima de retacear el quórum como una herramienta política, pero que no puede agotarse ahí la acción opositora, y que incluso el uso de ese instrumento debe ser oportuno, razonable y de acuerdo a circunstancias generales.

De paso, esas dos fuerzas de la democracia local también marcan distancias con el otro sector político que tiene representación legislativa, y que históricamente ha jugado en los bordes del sistema, haciendo del autoritarismo una de sus banderas.

La cuerda se había tirado a más no poder, comprendieron a tiempo en la oposición, que ahora está en todo su derecho de oponerse, criticar e incluso denunciar, pero que con su nueva actitud al menos salvó de la parálisis a la Legislatura y alivió el día a día de las intendencias, incluso de sus propios correligionarios, que cada vez más a viva voz venían haciendo notar alguna falta de conexión con la realidad.

…y una de arena…

Justamente esa desconexión con la realidad es un asunto que el sistema político en general, y en todas las jurisdicciones, debe poner en debate antes de que la democracia sufra otra implosión como en 2001 o un cimbronazo como el que llevó a la absurda presidencia de Javier Milei en representación de una fuerza de insólita construcción.

Desde las intendencias pampeanas les hicieron notar a sus legisladores una cuestión muy llana y sencilla: no están viendo lo que pasa a la vuelta de la esquina, no están sintiendo lo que las personas comunes, no están oliendo lo que ocurre en la calle, no están ni en la misma sintonía ni en la misma dimensión.

Curioso, y gravísimo, porque exactamente esa una de las funciones esenciales de un dirigente político: palpar lo que está ocurriendo, incorporarlo, sentirse parte de un colectivo comunitario, para de ese modo representar un interés, al mismo tiempo que proponer soluciones, convencer sobre determinadas orientaciones, desperdigar valores y principios, hacer entender límites.

Las redes que la política tradicional supo tener con el pueblo fueron rompiéndose, hasta lo inexplicable: lo que era una situación sistemática se volvió excepción y apenas un puñado de dirigentes son capaces de esa empatía imprescindible.

El escenario es patético y navega entre el escándalo que tiene al ahora impresentable Alberto Fernández como protagonista y los senadores votándose otro dietazo, mientras el presidente quiere nutrir de fondos multimillonarios los negociados de la SIDE, o vetar pequeñas mejoras al sector jubilado, todo sin dejar de darse piquitos con la farándula.

Esas situaciones, en mayor o en menor medida y salvando las distancias, se producen en todos los ámbitos y niveles, hasta convertir a la política no en la excelsa actividad capaz de transformar positivamente la vida de las personas o de una comunidad, sino en un espectáculo a veces deleznable y a veces hasta divertido, pero siempre de escaso vuelo, berreta y ramplón.

Desde asuntos profundos que se terminan banalizando, hasta el uso agresivo y chiquilín que se hace de las redes sociales, tienen esas características que alejan a la ciudadanía de la política y a los políticos del pueblo.

Entonces cualquier asunto comunitario que requiere de una solución, en vez de ser un problema digno de resolver con el uso de la inteligencia, la oportunidad y el consenso, se vuelve en realidad una especie de botín sobre el cual picotear, caranchear y arriar agua hacia molinos partidarios, sectoriales o personales.

Pueden ser los fondos de la SIDE, las jubilaciones, el aporte solidario obligatorio o la Revisión Técnica Obligatoria, pero una mayoría de las dirigencias tienen un radar de tan escaso alcance que no les da más que para pensar en ventajitas del corto plazo, o pequeñas victorias pírricas, en vez de laburar para mejorar en serio la comunidad en la que viven, la provincia en la que se criaron, la Nación a la que representan o la Patria por la que juraron al ejercer su cargo.

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