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EL DIARIO digital
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Cynthia Erivo y Ariana Grande conquistan el mundo de Oz con el regreso triunfal del género musical a un Hollywood empeñado en ignorarlo.
Por Fausto Fernández - Fotogramas
Un musical que comienza con un asesinato político seguido de una neurótica, e hipócrita, paroxística celebración masiva de esa suerte de ejecución, y que casi dos horas y medio después termina (al menos por esta primera parte) con un sacrificio y un suicidio de características morales es, en teoría, lo más diametralmente alejado de una colorista celebración, en formato de precuela, de la ¿infantil? 'El Mago de Oz'. 'Wicked' rompe pues con las expectativas (de cursilería, que haberla hayla, aunque en modo autoparódico), incluso para los fans de la producción teatral puesto que recupera el material más complejo, y simbólico, de la novela de Gregory Maguire, el más político.
Así, el musical exitoso de Stephen Schwartz y Winnie Holzman arropa, en su trasvase al cine, su historia de amistad (odio) y superación con una pátina de tragedia ("eres trágicamente hermosa", le dicen a la hermana de Elphaba) que lo emparenta con 'Cabaret'. Hay muchísimo de ese éxito en Broadway que Bob Fosse llevara a la gran pantalla en 'Wicked': la inconsciencia y celebración de la ignorancia (la canción del príncipe Fiyero: bailemos y miremos hacia otro lado), el contraste entre la efervescencia juvenil, las baladas alegres y románticas, los vivos colores de la felicidad y una persecución/genocidio que está ahí, de fondo, y ante el cual la gran mayoría de los habitantes de Oz simplemente demuestran pasividad (complicidad, por supuesto) lo dejan pasar. A fin de cuentas, 'Wicked' nos recuerda, aunque no queramos recordarlo (menos aún en el fantástico mundo de Oz mientras nos mecen las canciones interpretadas por Cynthia Erivo y Ariana Grande), que el Bien no solo no tiene sentido sin el Mal, sino que el Bien siempre lo crea (el enemigo que nos una, que nos convierta en dóciles borregos) para su beneficio: el Bien es el Mal.
Toda esta carga oscura e incómoda, que el largo largometraje (160 minutos que pasan volando) de Jon M. Chu jamás evita (mérito en el guión de Dana 'Cruella' Fox), se mueve en la sombra de un musical espectacular que el cine necesitaba más que cierto león la valentía. Valentía se necesita también en estos tiempos que corren (como en el Oz de la ficción) para apostar por un género que ha pinchado en taquilla, de 'West Side Story', de Steven Spielberg, a 'En un barrio de Nueva York', del propio Jon M. Chu. 'Wicked' recupera la grandeza de los musicales que triunfaron ('Sonrisas y lágrimas', con un totalitarismo asimismo como contraste de la inocencia canora) o fracasaron ('Hello Dolly') en un periodo que podríamos circunscribir entre mediados de los años 60 y los primerísimos 70.
Un diseño de producción que deja al espectador boquiabierto ante el pantallón (por favor: vayan al cine con grandes pantallas), decorados reales y una energía contagiosa en sus coreografías con decenas y decenas de bailarines y extras. Chu, y su equipo, se enfrentan a cada número musical con un estilo y una sensibilidad diferentes, las cuales van del musical adolescente que no supo ser 'Chicas malas', la versión musical, el mencionado Robert Wise de 'Sonrisas y lágrimas' (el precioso número 'The Wizard and I') al Stanley Donen & Gene Kelly de 'Un día en Nueva York' (la llegada de Elphaba y Galinda/Glinda a Ciudad Esmeralda, con regalazo en la aparición cantora de Idina Menzel y Kristin Chenoweth, quienes estrenaron 'Wicked' en Broadway) pasando por Vincente Minnelli (el baile silencioso en la fiesta en Oztrellas). Un despliegue, sobre todo de emotividad, que no se veía en el género desde hace mucho, y que halla en una Cynthia Erivo descomunal (esta es su película, no hay ninguna duda) y en una sorprendente (o no) Ariana Grande el contrapunto ora ligero y divertido (Barbie meets Judy Holliday), ora trágico en el sino de una amistad truncada que remite (volvamos al inicio de la película, por favor) a la de Pat Garrett y Billy el Niño en la obra maestra de Sam Peckinpah.
'Wicked' nos deja una brillantérrima primera entrega, un gozaditísimo ejemplar de gran musical, un plus de oscuridad y lectura política, y (faltaría más: 'El Mago de Oz' daba ya mucho miedo) terror, el terror que apuntaba otra precuela del clásico con Judy Garland: 'Oz, un mundo de fantasía', de Sam Raimi.