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EL DIARIO digital
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Notable segundo trabajo, fiel al noir, de Keaton detrás de la cámara en el que interpreta además a un padre protector y a la vez asesino a sueldo. Le acompañan Al Pacino, Marcia Gay Harden y James Marsden.
Por Fausto Fernández / Fotogramas
"Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos". Pocos inicios de obras literarias como este que abre una de las cumbres de la literatura universal, 'Historia de dos ciudades', de Charles Dickens. No se considera al novelista inglés como precursor de la novela negra, pero si se piensa un poco uno advierte que en el sustrato de sus dramas humanos y humanistas (llenos de crímenes y delitos, vaya que sí) está un núcleo urbano en destructiva ebullición, políticos y funcionarios corruptos, egoísmo y un sistema, una sociedad, que no funciona. Y por encima de ese marco histórico realista, de denuncia, están los personajes dickensianos, al albur siempre del peso de la moral, de sus errores y sus pecados: no pueden ser entonces más de un relato noir esos antihéroes creados por la pluma decimonónica de Dickens, incluso los de la citada 'Historia de dos ciudades' cuya trama (de culpas y sacrificios) se sitúa entre Inglaterra y la Francia revolucionaria de 1789.
'Historia de dos ciudades' está presente en 'El método Knox', segunda y mejor incursión del actor Michael Keaton en la dirección, no solo en un ejemplar físico (y esta es una película "física", alejada diametralmente de los tiempos digitales y de narración papilla para espectadores con déficit de atención) de la novela que aparece en una secuencia clave, sino siendo el referente clave del largometraje que marcará el destino de su protagonista, desdoblado en un padre protector y en un asesino a sueldo. Del mejor de los tiempos al peor de ellos durante una semana negra, naturalmente, y criminal, que nos lleva por urbes industriales en decadencia, y que nos sitúa ante el inexorable debate moral que toda buena novela negra atesora, de Raymond Chandler a Dashiell Hammett.
Resulta más que curioso, e insólito, que tras el guión de 'El método Knox' esté Gregory Poirier, hasta ahora bregado en secuelas para video de éxitos de dibujos animados, y director de la gamberra y escatológica 'Juerga de solteros'. Hallar en esta terminal y testamentaria intentona de un asesino por redimirse cerrando viejas y nuevas heridas antes de que una enfermedad degenerativa le deje sin memoria los ecos literarios (y cinematográficos vía adaptaciones igual de clásicas) del David Goodis de 'La senda tenebrosa' (la transferencia de culpabilidades para resolver una falsa culpabilidad), el W. R. Burnett de 'La jungla de asfalto' (el implacable fatum y la muerte como libertad), el William P. McGivern de 'Los sobornados' (la búsqueda de la justicia cobrándose víctimas inocentes), y el Kenneth Fearing de 'El reloj asesino' (la caza humana a uno mismo, al "doble" moral dickensiano) resulta una asombrosa y digna de ovación sorpresa.
Es verdad que durante la mayoría del metraje de 'El método Knox', en especial en las escenas donde el, ya muy enfermo, protagonista (por supuesto que el mismo Michael Keaton, y por descontado que muy bien) ejerce la violencia y mata, el humor negro parece estar intentando hacerse un hueco, asomar la cabeza para descongestionar la crueldad (más moral que física), pero nunca lo consigue. ¿Mérito del libreto de Poirier o una decisión del Keaton director? Pregunta sin respuesta (o de no conocida respuesta) que a la postre no importa, y sí que ese afianzarse a la tragedia de una persona mala condenada a no recordar jamás que bajó el telón de su existencia haciendo el bien aunque fuera volviendo a hacer el mal, consciente o inconscientemente, dotan a la película de una categoría de clásico dentro del género, y a una visión adulta del cine más comercial en el peor de los tiempos del cine infantiloide, clickbait y tik tok.
'El método Knox' es fiel al noir, a veces tanto que distrae (esa detective obsesionada en encajar las piezas; la subtrama, muy David Goodis, de los diamantes) de su núcleo esencial, el de un padre y un hijo separados y finalmente unidos por el asesinato, por un sentido de la justicia con duras implicaciones morales, y por el remordimiento. Quizá le sobre algo de metraje a la película y tal vez ceda a alguna puntual concesión a las nuevas reglas del juego (de Hollywood y de estos años actuales), aun así estamos ante un notable trabajo que no debería pasar desapercibido.