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EL DIARIO digital
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En la actual incertidumbre internacional, cualquier propuesta que implique compromisos de largo plazo difíciles de deshacer, tendría altos riesgo para los intereses de la Argentina.
Por Juan Pablo Laporte / Clarín
En el estado del arte sobre el orden global actual, se observan niveles de análisis diferentes, perspectivas y prospectivas, sin claras muestras empíricas que solidifiquen un futuro cierto. La única certeza es la incertidumbre que navega sobre dos grandes rieles: un poder político dinamizado y potenciado a través de los estados más presentes y un poder económico que se concentra y se desplaza a la dimensión financiera.
Sobre este tablero como magma de poder real bifronte, se sustenta el verdadero dispositivo de funcionamiento del orden global como placas tectónicas superpuestas.
Se habla de un" mundo post occidental" (Oliver Stuenkel) o de un "orden neo Occidental"(Josep Piqué); con una competencia preponderante entre Estados Unidos y el eje euroasiático (Bonny Lin); de un de un "G-Zero World"(Ian Bremmer y Nouriel Roubini) o de un "G-PlusWorld" (Amitav Acharya).
También, se desafía la geofísica y "creamos conceptualmente" más de un "Norte": el Norte Global, el Este Global y el Sur Global (Ikenberry,) o simplemente "dos Nortes" (Hirst).
También nos preguntamos si hay una "fragmentación de poder geoeconómica"(Gita Gopinath) o una "bipolaridad estructurante"(Actis y Creus) pero "no polarizada" (Russell). Ante esta "gobernanza líquida" ¿qué certeza podemos afirmar para delinear una política exterior estratégica que presuponga ser "inteligente"?
Esa "Gran Estrategia" tan anhelada, que buscan diseñar los tomadores de decisiones en relación con las "comunidades epistémicas" del pensamiento académico, se impone entender la complejidad de la realidad internacional y la fragilidad analítica de la disciplina que ante un mismo objeto tiene lecturas tan variadas. Bajo esta incertidumbre, cualquier propuesta de algún lineamiento que implique compromisos que estructuren tendencias de largo plazo difíciles de deshacer, tendría altos riesgo para los intereses de la Argentina.
Para ello, hemos ofrecido el concepto de "realismo neodesarrollista" como propuesta de una política exterior. Este toma las reflexiones clásicas del autonomismo, el realismo periférico, la autonomía relacional y la escuela socio-histórica; así como los planteos más recientes como la equidistancia, el no alineamiento activo y el compromiso selectivo.
Todas exponen características matriciales del orden global y como insertarnos en él. Por cierto, la que presenta una debilidad estructural es la que denominamos "aquiescencia lineal": una alianza exclusiva y excluyente con algún país que limite navegar en la gobernanza líquida descripta.
Antes esto, ¿no es momento de pensar una nueva definición de política exterior para la Argentina? Proponemos: la política exterior -dentro de un conjunto de políticas públicas- es aquella que conecta las dimensiones del desarrollo tanto internas como externas (socio-política, coalicional, económica, defensa/seguridad, científico-tecnológica e ideológico-percepcional) para agregar valor en cada una de ellas, orientadas a incentivar y fortalecer un modelo de desarrollo humano e inclusivo.
A cada una de estas dimensiones debemos desagregarlas en variables e indicadores para darles robustez a los planteos de la inserción internacional del país.
Estas deben medirse empíricamente si queremos encontrar parámetros sólidos de cuando una política exterior es "exitosa". Hay una sola respuesta: cuando demuestra que construye bienestar para los argentinos sobre los basamentos de la justicia social.