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Crítica de "Jurado Nº 2"

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Con 94 años, Clint Eastwood dirige, con incuestionable elegancia, este drama sobre un hombre que, al ser seleccionado como jurado en un caso de homicidio, descubre que su relación con el proceso podría nublar su imparcialidad y poner en jaque su proyecto vital.

Por Manu Yáñez / Fotogramas

En su indispensable libro '50 años de cine norteamericano' –publicado en 1991, justo antes del estreno de 'Sin perdón' (1992)–, Bertrand Tavernier y Jean-Pierre Coursodon ya señalaban que uno de los pilares de la obra de Clint Eastwood radicaba en su interés por la idea del "individualismo asocial". El tiempo ha dado la razón a la dupla de cinéfilos franceses, ya que la larga trayectoria de Eastwood aparece trufada de figuras marginales, situadas en los límites de la vida social y del orden moral, del misterioso predicador de 'El jinete pálido' (1985) al criador de caballos de 'Cry Macho' (2021), pasando por el Butch Haynes (Kevin Costner) de 'Un mundo perfecto' (1993) o el Frankie Dunn de 'Million Dollar Baby' (2004), por mencionar solo algunas de las criaturas proscritas e imperfectas alumbradas por el cine de Eastwood. A esta flamante y oscura lista de héroes trágicos hay que sumar ahora al Justin Kemp (Nicholas Hoult en el mejor papel de su carrera) de 'Jurado Nº 2', un hombre de familia que, al ser seleccionado como jurado en un caso de homicidio, descubre por sorpresa que su relación con el proceso judicial podría nublar su imparcialidad y poner en jaque su proyecto vital.

Resulta tentador apreciar 'Jurado Nº 2' como un escaparate privilegiado del imaginario de Eastwood, pero si trascendemos la mirada autoral la película nos descubre un genial entramado de varios motivos centrales del conjunto del cine clásico. Ahí está, por ejemplo, la habilidad con la que el guion de Jonathan Abrams combina las figuras hitchcockianas del falso culpable y de la transferencia de la culpabilidad (la historia alcanza tal grado de espesura dramática que llega a evocar a Dostoyeski). Luego, en el momento de la deliberación, 'Jurado Nº 2' reescribe la situación claustrofóbica de '12 hombres sin piedad' (1957), pero transformando el tema de la búsqueda de la verdad por un terrible combate entre el deber cívico y la salvación personal. Y, por último, en su vertiente más oscura, la película se entrega a una mezcla de incertidumbre y fatalismo difícil de soportar, como si estuviésemos en una de las obras del periodo americano de Fritz Lang. ¿Qué nos queda, como espectadores, cuando en un film judicial ya no podemos aferrarnos ni a la idea de inocencia ni a la de culpabilidad? ¿Qué nos queda cuando una película nos descubre que tanto el sistema como el individuo están expuestos a la falibilidad más extrema?

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