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Crítica de "No hables con extraños"

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James Watkins firma el remake de la danesa "Gaesterne" sobre el infierno que vive una familia americana que acepta la invitación a su casa de Londres de un matrimonio amigo. Lo protagonizan James McAvoy y Aisling Franciosi.

Por Fausto Fernández / Fotogramas

Si existía un director ideal para encargarse del remake de la malrrollera, y reciente (2022), 'Gaesterne' ese era James Watkins. Antes de que los daneses Christian y Mads Tafdrup golpearan (o mejor: lapidaran) a los desprevenidos espectadores que se encontraron con su descarnado y sin lugar para el alivio largometraje en festivales especializados como el de Sitges, Watkins ya nos había llevado por parajes de desesperanza y crueldad en 'Eden Lake'. Un borrador, con más querencia por el horror en off que la gráfica y en tiempo dilatado violencia de los Tafdrup, de la danesa cinta que a Watkins le ha servido para dar rienda suelta a sus obsesiones. 'Eden Lake' dejaba desamparados a una pareja de buenistas pijos urbanitas, toda ella (mala) conciencia social, espíritu oenegeísta y creencia de que los marginados del sistema, los pobres, son buenas personas con mala suerte, y no unos parásitos, unos caníbales.

'Nunca hables con extraños' incide en esa malintencionada, y políticamente incorrecta, visión de un mundo terrible que aguarda a los pequeñoburgueses pacifistas, veganos, incapaces de resolver sus problemas si no intermedia un psicólogo, e incapaces de demostrar un mínimo de autoridad con sus hijos. Lógico que estos emasculados seres sean los bueyes destinados al sacrificio en el off de las grandes ciudades y de los documentales hípsters de viajeros por poblaciones singulares rurales.

En su primera hora y pico, James Watkins es extremadamente fiel al original danés, añadiendo un sentido del humor que comienza por la coña recurrente sobre unos "daneses idiotas" en el arranque italiano vacacional del inicio, pasando por el choque entre el toque progre y el toque Chuck Norris (ese VHS de 'Desaparecido en combate' reproducido en el televisor), y que culmina con el malévolo uso de 'Eternal Flame', el temazo de The Bangles. Como si el matrimonio anfitrión formado por los personajes de James McAvoy y Aisling Franciosi (e hijo) fueran el subconsciente lumpen reprimido de la pareja invitada (con hija) a la granja del fin del mundo, Scoot McNairy y Mackenzie Davis, todos sus deseos reprimidos relacionados con el sexo, el hedonismo y el soltarle un guantazo a su hija si se pone pesada. Tentados por este dueto infernal, es lógico que vayan siendo abducidos por este, aunque los verdaderos monstruos no son los cicerone, sino los convidados, atrapados en sus convencionalismos, buenas formas y una estúpida manera de entender lo de ser educados, "civilizados" y, sobre todo (el verdadero detonante de la pesadilla), el miedo a ofender al otro, mucho más si ese otro está en un nivel intelectual, moral y social inferior.

James Watkins disfruta perturbando a su parejita en crisis londinense, llevándolos a un límite donde es completamente comprensible que la frase mítica del original danéssea la sentencia final. O no, porque 'No hables con extraños', que había dado ya síntomas de acomodaticia renuncia a lo extremo, seguramente para llegar a un público mainstream, y para contentar al libro de estilo de Blumhouse, la productora detrás de la nueva versión, desemboca en su tramo final en un final a años luz del puñetazo en la boca del estómago que era el (consecuente) descenso a los infiernos del film de Christian y Mads Tafdrup. Radicalmente diferente del original, y ese puede que sea el problema para quienes lo conozcan, la conclusión que Watkins elige para su remake es mucho más cómoda, más digerible, más al gusto del público y del cine de terror realista contemporáneo. No por ello deja de ser 'No hables con extraños' una más que disfrutable película, muy de ese Watkins con la mala baba de un Jonathan Swift o un Ambrose Bierce. Y lo es porque el director y guionista aprovecha esos cambios para darse un capricho cinéfilo que resulta coherente con la historia, aunque lejos del mal cuerpo que te dejaba la cinta danesa: recrear el clímax del acecho en la granja ('The Siege of Trencher's Farm', de Gordon Williams, era la novela adaptada) de 'Perros de paja', la hoy seguro que carne de cancelación y hoguera woke obra maestra de Sam Peckinpah.

La casi media hora final de 'No hables con extraños' es 'Perros de paja': su encierro, sus trampas, su utilización de armas improvisadas y letales, la furia desatada, el marido incapaz e asumir civilizadamente una infidelidad… Hasta su final (que es un notable eco, reverso especular, del comienzo del film), con ese coche camino de no se sabe dónde, es el del largometraje de Peckinpah. No obstante, lo que más allá de la cinefilia de James Watkins, y de su aviso para que le dejen remakear al clásico británico con Dustin Hoffman y Susan George, enlaza de manera extraordinaria la película con 'Perros de paja' es la crónica del surgimiento violento del cavernícola que todo pacifista lleva dentro. Como Hoffman, los "civilizados" y dentro de las normas sociales acaban pasando al otro lado del espejo, no por nada todas estas vacaciones entre matrimonios amigos (esa idea de la amistad tan de hoy día) no son otra cosa que el descubrir/aceptar que sobrevivimos en la jungla.

'No hables con extraños' no recurre a la crudeza de su modelo nacido en Dinamarca, pero sigue siendo abiertamente pesimista, y tal vez como un guiño a quienes queríamos que James Watkins fuera más allá, hasta si ese más allá era tras un fundido en negro o en un off como en 'Eden Lake', se permite un instante de salvajismo liberador poco habitual en chez Jason Blum.

Para sabedores de que las panteras se comen a los ricos.

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