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Los orígenes de Aníbal Colapinto en Bahía: el padre de Franco, piloto de Fórmula 1

Corrió en Speedway, Fiat 128 y Enduro por acá y en la región. Hoy es abogado. Tras la experiencia en Monza, recorrió su historia junto a "La Nueva".

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EL DIARIO digital

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La película que está en cartelera desde hace una semana con Franco Colapinto como protagonista de la Fórmula 1 comenzó a rodar hace muchos años, acá en Bahía, con Aníbal, su papá.

"La locura de los fierros, lamentablemente, se la transmití yo a Franco, tendría que haberle dado una raqueta", bromea Aníbal, cuando recuerda todo el sacrificio que hubo detrás, sin ocultar, al mismo tiempo, su orgullo por lo que hoy tiene adelante.

"Siempre estuve con los caballos o con los fierros. Mi viejo (Leónidas, reconocido abogado) hubiera querido que saliera petiso y flaco para ser jockey", cuenta, hablando con "La Nueva.", a pocas horas de regresar al país, tras el debut de su hijo en Monza, corriendo un Williams en la máxima categoría del automovilismo.

"El día que le vendí un caballo para comprarme la primera moto, mi viejo casi me mata. Él las detestaba", asegura Aníbal, quien se encargaba de cuidarle los caballos a su papá, que salió varios años campeón de Marcha.

Franco, su hijo, se fue a Italia con 14 años y él, a los 15, también dejó su casa del barrio Palihue para ir a estudiar Técnico Agrónomo a Guatraché.

"Me iba a algún lado o mi madre (María Elena Pérez) me enterraba dos metros bajo tierra", asume Aníbal, quien de chico decía que sería veterinario y siempre fue excelente estudiante.

No obstante, el fanatismo por los fierros estaba lejos del gusto de sus padres.

Por caso, hasta tercer año cursó en el colegio Nacional, donde se cambió a la noche para empezar a trabajar en un taller de chapa y pintura.

"En lugar de pagarme con plata me daban una Gilera Huevo 150 para andar, que era lo que a mí me gustaba. ¡Mis viejos no querían saber nada!", recuerda.

Él, en cambio, fue quien bancó a su hijo Franco a seguir con el automovilismo, aún cuando tuvo que tomar la decisión más comprometida: dejarlo viviendo solo en Italia.

"Lo sufrí mucho. El tema que tenía a todos en contra. Decían que yo era un h.. de p...: '¡cómo vas a dejar un nene de 14 años!'", tuvo que escuchar, entre otros reclamos.

Al punto que el día previsto para el regreso dudó de la decisión y se lo planteó al propio hijo.

-Franco, ¿te parece quedarte? Si querés te volvés conmigo, en dos años vas a tener 16 y te juro que vuelvo a traerte.

-(Franco mirándolo a los ojos): Papá, yo sé que la voy a pasar mal al principio, que voy a sufrir, pero esto es lo que yo quiero.

Y así sucedió.

"El primer tiempo la pasó mal, porque vivía en un departamento arriba de la fábrica de karting. De lunes a viernes había gente, probaban los karting y demás. Lo jodido era los fines de semana, cuando no había carreras, él se quedaba solo y la fábrica cerrada. Por suerte se la bancó", destaca, sin ocultar la carga que significó el subibaja emocional.

Siendo todavía un pibe, de regreso en la ciudad con el título de técnico agrónomo, Aníbal deambulaba entre talleres, haciendo base en lo de Lalo Depaoli.

"Fue la época que empezaron a caer los extranjeros a Bahía y yo era una especie de mascota en el taller", compara.

El taller de Lalo era el bunker de los extranjeros John Davis, Giuseppe Marzotto y Walter Grübmuller, estos dos últimos, quienes le metieron fichas a Aníbal para que corra un 500.

"Yo apenas podía llevar un 175, pero me insistieron, me decían que aún siendo el mejor en 175, cuando me subiera a un 500 iba a tener que aprender a manejar de nuevo. Y tenían razón", reconoce.

Con algo de dinero ahorrado y un poco de ayuda, Aníbal se compró un Jawa.

Lo terminaron de armar con Julio Contreras -su ladero y consejero- y fueron a probarlo a una calle de tierra. A la noche había fecha en Punta Alta. Sorpresa se llevó Aníbal con el pedido del Negro.

-Hoy tenés que ir.

-Estás loco, ¿querés que me mate?

-Ah, ¿sos cagón?

-Bueno, listo, cargala y vamos.

Desarmaron parte de la moto para que entrara en un R12 y arrancaron para Punta Alta.

Llegaron a Sporting y Contreras iba a pedir que le permitieran girar cuatro o cinco vueltas, aunque Aníbal no aceptó.

"Le dije '¡ni en pedo!. Las tribunas están llenas, voy a hacer un papelón probando', cuando todo lo que había andado era en una calle de tierra", rememoró.

En definitiva, se paró frente a la línea de largada sin haber girado. Y así le fue.

"Yo la aceleraba como el 175; cuando se levantó la cuerda parecía el campeón del mundo, llegué a la primera curva y había sacado como tres motos de ventaja, pero no doblé, seguí derecho", recuerda, admitiendo su grado de inconsciencia.

"¡Pensaron que me había matado! Pero me sacudí los huesos (sic), enderezaron la moto y en la siguiente serie volví a correr. Ahí ya largué más despacio, je", admitió.

Su experiencia en las dos ruedas, se extendió durante tres temporadas.

"Fue hermosa esa época; la de Mati (Ferreras) que era un espectáculo verlo manejar, el Loco Curzio, los Ilacqua... El petiso Albanese, que largando era malo pero te pasaba por arriba de las tablas", recuerda con un dejo de nostalgia.

Se bajó cuando le tocó el servicio militar, en el V Cuerpo de Ejército.

"Fue justo el año de la guerra de Malvinas. Llegué hasta Río Gallegos y después estuve en el hospital, recibiendo a los heridos más graves", recuerda.

Poco después de dejar la conscripción, a los 21 años se casó con María Marta Lavié con quien tuvieron a Antonella.

Fue parte de una sociedad en una casa de repuestos y también trabajaba de transporte escolar, actividad que siempre desarrolló su mamá.

Hasta que, con 24 años y cumpliendo indirectamente el sueño de su papá, después de separarse decidió irse a estudiar abogacía a Buenos Aires.

"Cuando le comenté a mi viejo –resaltó- inmediatamente me preguntó qué necesitaba. Y le pedí un departamento donde vivir. Así que me lo facilitó, me fui y en poco más de tres años me recibí. Cuando otros tiraban tres materias yo tiraba ocho, de lo contrario, me comían los bichos bolita".

-Trazando un paralelismo, ¿Franco es un poco igual en eso, de perseguir sus objetivos?

-Sí, sí... Franco es demasiado autoexigente. Lo tenés que parar. En todo quiere ser el número uno.

-Bueno, en parte lo hace diferente, ¿no?

-Es con todo autoexigente. Si tiene un preparador físico que le dice corré 10 kilómetros, él corre 15, siempre quiere más. Pasó ahora en Monza, los ingenieros el sábado le dijeron "ya está terminado el día" y se quedó una hora y media más...

El primer tiempo en Buenos Aires, a Aníbal le costó despegarse de Bahía, del mundo de los fierros.

"Volvía casi todos los fines de semana", reconoce.

Y en esas idas y vueltas, generalmente sumaba alguna experiencia. Una de ellas fue correr en auto.

"Siempre fui de andar en moto -apuntó-, lo que pasa que mientras estudiaba en Buenos Aires, el Negro Contreras me armó un 128 y me preguntó si me animaba a correrlo. '¿Cómo no me voy a animar? Si estoy en cuatro ruedas...', le dije".

Llegó un viernes a Bahía, fue al taller a la noche, le nivelaron la butaca y les pidió de probar al día siguiente.

"¡No! Mañana vamos a correr a Pigüé", le contó Contreras.

"¿A dónde? ¡Vos estás loco! No sabemos si el auto anda, si yo puedo manejarlo, no conozco el circuito...", le respondió.

Aunque nuevamente lo pinchó, como cuando debutó en 500: "¿Ah, arrugaste?".

Y eso no fue todo. Hubo más, aunque sobre dos ruedas.

"Otra locura: hice algunas carreras de Enduro", recuerda Aníbal.

"No tenía guita para entrenar, nada de nada. Ya estaba estudiando en Buenos Aires y tenía una XR600. Había una carrera en Pringles y me entusiasmaron para que fuera a correr", contó.

Fácil de convencer, Aníbal aceptó.

"En la final venía bárbaro, segundo o tercero, pero estaba muerto. Por querer avanzar un puesto, de pelotudo (sic), salí desacomodado de un salto, agarré el pasto húmedo y me di contra el árbol más grande. Ahí sí me asusté –admitió-, porque no sentía las piernas. La pierna derecha me la había abierto como un bife mariposa. Cuando me recuperé, nunca más corrí".

Y otra vez a cargar el auto y salir para Pigüé.

"Lo destrocé", sintetizó.

En la primera salida se equivocó de trazado y giró por el circuito chico, por lo cual vio la bandera negra y, además, le dieron un buen reto.

Vuelta a la pista, ya guiado y aconsejado por el campeón Celeste Acosta.

"Llegué a la final, largué séptimo u octavo y en la segunda vuelta el auto que iba adelante mío medio que se cruzó, y para no pegarle fui a parar al piano, estuve volcando 149 metros... Toda culpa mía, je", asume Aníbal.

-Todas tus experiencias fueron en base a golpes...

-Por eso nunca quise comprarle una moto a Franco y le compré un cuatriciclo a los 4 años. A los siete años me fui a la mierda y le compré un Raptor 350, en el que no llegaba ni a los cambios.

Siempre que le permitieron Aníbal corrió con el número 43, porque le gustaba.

"Corrí con ese número en Turismo Nacional, y Franco en el karting uso el 43, el 143 y el 243, dependiendo la categoría. En la Fórmula 4, que podía elegir, lo hizo con el 43. Y este año cuando le consultaron en la Fórmula 1, pidió también el 43, y estaba disponible", repasó.

Franco, además de su hijo (que nació del matrimonio con Andrea Trofimczuk y tiene una hermana, Martina, de 18 años), fue su compañero de "aventuras".

"Yo tenía el equipo de TC Pista y venía todas las carreras conmigo. Con 7 años –repasa- se quedaba en el motor home y era el primero en levantarse para ir a los boxes, aunque todavía estaban cerrados. Después empezó con el karting, anduvo bien, fue campeón, se dio la oportunidad de ir afuera y elegimos ese camino".

-¿Hoy se encuentra perdido o es consciente de lo que le está pasando?

-Está consciente. De hecho, estuvo desde el martes hasta el jueves en Williams, tuvo dos días libres y ya vuelve. Ahora tocan circuitos que no conoce, así que le está dando al simulador a morir. 

-¿Los sorprendió esta explosión a ustedes, los más cercanos?

-Nos sorprendió a todos, porque era imposible que este año se subiera a un Fórmula 1. Estaba asegurado que Williams quería hacer entre 6 y 10 mil kilómetros el año que viene de pruebas en el Fórmula 1 con Franco, lo que hace la mayoría de los pilotos antes de subirse a un campeonato. Pero lo terminaron eligiendo a él, cuando tenían otras opciones como Schumacher y Lawson. Y después de la actuación del fin de semana no los defraudó en absoluto.

-¿Qué sentís cuando "rebobinas" la película y ves todo lo que pasó?

-Uyyy... Me emociono. Ahí me cae la ficha. Somos pocos los que sabemos todo lo que se vivió para llegar hasta acá...

Aníbal Colapinto nació, creció en nuestra ciudad, donde descubrió y desarrollo la pasión por los fierros. La misma que le transmitió a Franco, su hijo, ese pibe que con su atrevimiento, personalidad y manejo motivó a todos los argentinos -y bahienses, claro- a despertarnos otra vez un domingo ilusionados con ver la Fórmula 1.

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