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Mastrángelo y un grito tatuado en el corazón

 Román, uno de sus entrañables amigos, ganó el Gran Premio en el Autódromo de La Pampa. Segundo fue Leo Pérez y tercero Julián Barrientos.

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EL DIARIO digital

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Las épicas en el deporte se pintan en pinceladas muy especiales, casi particulares y se nutren de materia.

Y están los actores directos, dispuestos a dejar esa imagen que después irá a la tela, y los espacios y sus circunstancias, partícipes necesarios de las puestas en escena.

No es necesario hablar del Alphe d'Huez o el Mortirolo, colosos únicos de las rondas ciclísticas más grandes del mundo en el Tour de Francia o en el Giro de Italia, para hablar de belleza y escribir las más lindas líneas.

La épica, en todo caso, necesita de poco, más bien se retroalimenta de un ambiente minimalista. 

Una mirada retrospectiva, un touché al corazón y la omnipresencia de los que quisimos y vamos a querer.

En la cuarta fecha del torneo Clausura de ciclismo de ruta, en ese Autódromo que ya empieza a vestirse para el Turismo Carretera con el primer make up en plena zona de boxes, la Agrupación Ruta 14 con un enorme trabajo de producción, tira la invitación y el cuento empieza a narrarse.

Tributo

Es el capítulo de Elías Pereyra y su tributo. De esa omnipresencia reflejada en una foto que circula viralizada por todo el mundo estampada en remeras, calcos y flyers de instagram, con una mirada que parece decir mucho y a su vez nada.

Es la mirada de la eternidad de uno de los ciclistas más impactantes que dio la provincia de La Pampa en su historia.

La carrera del Chuky es, en todo caso, una invitación a celebrar una misa pagana de ex compañeros, amigos, rivales, cuando sus padres, curtidos del dolor, celebran a su manera.

"Gracias por venir a correr y acordarse de mi hijo" dice Graciela en línea de largada. Y en el aplauso del pelotón, las lágrimas de ese Vasco bueno que es Quito, sabedor como ninguno de cada arrancada de Elías para llegar a ser uno de los mejores. De los tropiezos y los sinsabores en dosis similares.

Y ahí, solitario, otro personaje de novela que no es otro que Román Mastrángelo, un corredor con nombre de piloto de Fórmula 1 ahora que todos hablan de la Máxima y Colapinto y sus aventuras.

"Mirá, lo tengo conmigo" dice y hace una pausa que es, ni más ni menos, que el respeto a su amigo.

En el hombro izquierdo baja una silueta angelada, el nombre de Chucky y un Te extraño hermano que es eterno. Como la tinta que lleva Román en su piel. Como la vida planetaria que los unió y separó en este romance arriba y debajo de una bici. 

"No podía fallar" dice Mastrángelo, de 35 años, apenas instantes de repetir la escena en La Pampa, siete años después de haber ganado la Vuelta a La Pampa con el brazo al derecho al cielo, casi como ofreciendo esa porción de festejo que no es otra cosa que una porción de amistad.

El agua, el viento

Es una carrera cinco elementos con aire, tierra, agua y éter propagadas en una tarde gris en la que el fuego es el compromiso de mantener viva la llama, la de la vitalidad, la del corazón que va a un pulso inédito.

La prueba central es, en todo caso, una obra de arte en sí misma en la que los elementos sirven para darle explicación a esa pintura que irá con firma al pie de un amigo íntimo.

blo González, Federico Ghinzani y Elías Spon se van, se miran y se alejan en la cabeza de un grupo que analiza. Los hombres fuertes, los que largaron para ser héroes, están ahí, atrás, como si las curvas y contracurvas fueran tableros de ajedrez. Aquí, en el ciclismo, también se piensa y se analiza cada movimiento, como si fuese un negocio con cara de pocos amigos.

Los minutos se van, como el avance mismo de la tarde, y González gana las dos metas sprints mientras su compa, Mastrángelo, tiene que cambiar rueda y espera. 

Con el último tercio de competencia por delante, ahora sí, hay un pequeño segundo grupo al que entra el bonaerense y favorito. 

"Si está en ese grupo que persigue, es peligroso" cuenta un sabihondo al que le interesa más otro movimiento. 

Cuando Ghinzani intenta desprenderse en soledad, entre a la boca del lobo. Porque Spon y González, con muchos vatios gastados durante más de una hora, se pierden en el grupo grande que, al fin, toma la decisión y funde la fuga. 

Los capos, los que son aventureros con pinta de cómics de Marvell, empiezan la transformación. Y convierten sus pasos de bueyes perdidos en zancadas voraces, preparadas para el desafío máximo, para el esfuerzo al límite. 

Pérez quiere volver a ser el hijo del viento en Toay, Roumec se abanica y se lanza sobre el manillar, Julián Barrientos lo da todo como un gladiador, y por ahí Fernando Farías intenta colarse en una volatta hermosa a la gloria. Dignísima de un cierre de épica al que el protagonista central, Román Mastrángelo, el mejor de todos, parece estar designado. Como una conexión divina, casi como una proyección de hermandad. 

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