"Innovación y rentabilidad: cómo elegir la tecnología justa para el agro"

Esta semana se desarrollará en San Nicolás una de las dos muestras más importantes del agro argentino. En ella se exhibe toda la potencia de los agronegocios y los avances tecnológicos más recientes que están disponibles para los productores. Este evento suele ser el lugar y el momento adecuado para que una empresa agropecuaria dé el paso en la incorporación de nuevas herramientas para su negocio. Por lo tanto, en la columna de hoy vamos a abordar esta temática referida a los niveles de adopción tecnológica en una industria a cielo abierto y en constante cambio.

La adopción de innovaciones en el agro es un camino plagado de oportunidades, pero también de riesgos que pueden comprometer la salud financiera de la empresa si no se gestiona con precisión. En un sector donde la eficiencia y la rentabilidad son determinantes, la tecnología puede marcar la diferencia entre el éxito y el fracaso. Sin embargo, es fundamental entender que tanto el atraso como la sobreanticipación en su implementación pueden generar problemas graves.

En los últimos años, el campo ha visto una revolución en el uso de maquinaria de precisión, herramientas digitales, nuevas genéticas y agroquímicos más eficientes. Pero la gran pregunta sigue siendo: ¿Cuándo es el mejor momento para subirse a la ola tecnológica? La respuesta no es simple.

Estar atrasado significa trabajar con menor eficiencia, costos más altos y menor competitividad. Un productor que no invierte en siembra de precisión, por ejemplo, puede perder hasta un 10% de su potencial de rinde debido a fallas en la densidad de siembra o mala distribución de fertilizantes. Sin embargo, estar demasiado adelantado también tiene consecuencias. Adoptar una tecnología inmadura implica enfrentar problemas de puesta a punto, falta de soporte técnico y costos de financiación que pueden ahogar la rentabilidad del negocio.

Tomemos como ejemplo la siembra electrónica. En sus inicios, esta tecnología prometía una distribución perfecta de semillas, reducción de superposiciones y un aprovechamiento óptimo de los insumos. Pero los primeros adoptantes se encontraron con inconvenientes: sensores que fallaban, sistemas que no se calibraban correctamente y una dependencia crítica de la señal de GPS, que en muchas zonas rurales sigue siendo deficiente.

Algunos productores que se adelantaron a la curva se vieron obligados a hacer costosas modificaciones para lograr que sus equipos funcionaran correctamente. Por otro lado, aquellos que esperaron demasiado vieron cómo sus vecinos optimizaban sus rindes y reducían costos de insumos mientras ellos seguían con prácticas tradicionales menos eficientes.

La tecnología en el agro no se limita a maquinaria. Engloba también semillas con eventos biotecnológicos de última generación, agroquímicos y fertilizantes de acción mejorada, plataformas digitales para la toma de decisiones y hasta modelos predictivos basados en inteligencia artificial. Pero cada nueva adopción tiene su curva de aprendizaje y sus riesgos financieros.

Uno de los mayores problemas es la falta de soporte técnico adecuado. En zonas alejadas, donde la conectividad sigue siendo una asignatura pendiente, no solo por falta de señal de celular o de internet, sino también por rutas de tierra difíciles de transitar incluso para un vehículo 4x4, un problema con una sembradora de última generación puede significar la paralización de la siembra por días, algo impensado en una actividad donde los tiempos son críticos. Además, el financiamiento es otro obstáculo. Muchas innovaciones requieren inversiones millonarias que los productores deben afrontar con créditos, muchas veces atados a tasas de interés poco competitivas o con riesgos cambiarios.

El riesgo de la innovación temprana muchas veces solo puede ser absorbida por grandes empresas. La puesta a punto de una nueva tecnología implica costos ocultos y un margen de error que pequeñas y medianas explotaciones pueden no estar en condiciones de afrontar. Además, hay que tener cuidado con los técnicos que impulsan la adopción de novedades sin evaluar el impacto financiero en la empresa, priorizando la innovación en sí misma más que su real aporte a la rentabilidad del negocio.

Por supuesto, el peligro no es cometer errores, porque si no te equivocas significa que no estás innovando lo suficiente. El verdadero problema es que esos errores sean letales para la salud financiera de la empresa. Cada decisión de inversión debe estar acompañada de un análisis de riesgos, un período de prueba y una estrategia de implementación gradual.

Para que la adopción tecnológica sea un negocio y no una carga, debe cumplir una condición básica: hacer más eficiente el trabajo y aumentar la producción de manera sostenible. Cada inversión en tecnología debe analizarse en función del retorno esperado y la capacidad del negocio para absorberla sin comprometer su viabilidad.

El camino sensato es la evaluación progresiva. Probar nuevas tecnologías en un porcentaje reducido de la superficie antes de una adopción masiva puede evitar grandes dolores de cabeza. A su vez, la capacitación del personal y la disponibilidad de asistencia técnica deben ser factores decisivos a la hora de adoptar cualquier innovación.

En conclusión, el productor agropecuario del siglo XXI está ante el desafío de integrar la tecnología a su operación de manera inteligente y rentable. No hay un único camino correcto, pero sí hay errores costosos: quedarse demasiado atrás es peligroso, pero adelantarse en exceso también puede ser letal para la salud financiera de la empresa.

La clave está en la planificación, en la prueba escalonada y en el análisis económico riguroso antes de cada inversión. La tecnología no es el fin, sino el medio para mejorar la productividad y la eficiencia. Y en un contexto de alta volatilidad económica y climática, la prudencia sigue siendo la mejor estrategia.

(*) Ingeniero Agrónomo  (MP: 607 CIALP) -Posgrado en Agronegocios y Alimentos- @MARIANOFAVALP