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EL DIARIO digital
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Quienes han tenido la oportunidad de cursar estudios de posgrado en negocios e inversiones comprenden con claridad que el eje del análisis de cualquier actividad productiva debe centrarse en su competitividad real y no en regulaciones o beneficios fiscales transitorios. Estas ventajas, por definición, deben ser circunstanciales y limitadas en el tiempo, funcionando como catalizadores para la formación de clústeres productivos. De lo contrario, generan distorsiones y terminan perjudicando a los actores ya establecidos en otras regiones, erosionando la posición del sector a mediano y largo plazo.
Recientemente, el Gobierno Nacional decidió habilitar nuevamente la exportación de ganado en pie, una práctica que se encontraba prohibida desde 1973. Esta medida ha generado una rápida reacción en algunos sectores, manifestando su preocupación y argumentando que atenta contra el tan mentado "modelo" basado en el valor agregado. Sin embargo, la reapertura de la exportación de hacienda viva expone una verdad incómoda: si un país es capaz de comprar hacienda en pie, asumir el costo de su traslado desde el campo hasta el puerto, embarcarla y transportarla en barco hasta su destino final, lidiando con las complejidades logísticas del traslado de animales vivos (que incluyen alimentación, sanidad, pérdidas por mortandad y disminución del rinde de la carne al gancho), y aun así ser más competitivo que comprando la carne lista para su consumo, esto solo puede significar tres cosas:
1.La industria doméstica paga poco el kilo vivo
2.Está trasladando sus propias ineficiencias al precio final del producto.
3.Por cuestiones religiosas o culturales deben sacrificar loa animales en algún lugar o manera particular. Por lo tanto, solo compran animales vivos y si una regulación impide venderlos de ese modo, no accedemos a un mercado con muchos dólares.
En el ítem dos antes mencionados, hace referencia a ineficiencias que bien podrían ser el resultado de una estructura fiscal distorsiva en los tres niveles de gobierno (nacional, provincial y municipal), cuyos impuestos terminan inevitablemente impactando en el precio al consumidor. Exceptuando el ítem 3, si los países compradores consideran más rentable asumir estos costos logísticos y aun así importar ganado vivo en lugar de carne procesada, es una señal clara de que la competitividad de nuestra industria frigorífica está en entredicho.
Este escenario dejaría en evidencia que el tan proclamado agregado de valor no es genuino. No se está generando valor en términos de mayor eficiencia, innovación o diferenciación de producto, sino que se está produciendo una transferencia de recursos desde el sector agropecuario hacia una industria sobreprotegida. En otras palabras, la rentabilidad de la industria frigorífica no estaría basada en la competitividad real, sino en la subvaloración del insumo clave: el ganado. Esto no solo impactaría en los productores, que reciben un precio artificialmente bajo por su hacienda, sino también en la eficiencia del sistema en su conjunto.
Montar la competitividad de un país sobre los cimientos de una industria artificialmente protegida, basada en materia prima a precio de dumping o imposibilidad de exportar algún insumo clave para que sea adquirido a valores bajos, no es una estrategia sostenible. El agregado de valor debe surgir de ventajas competitivas reales ya sea por recursos naturales, infraestructura/logística, capital humano, tecnología aplicada, diferenciación de origen, etc., pero nunca de la imposición de restricciones artificiales que penalizan a los productores primarios en beneficio de una estructura ineficiente. La apertura de la exportación de ganado en pie, lejos de ser un retroceso, es una señal inequívoca de que el modelo actual debería ser revisado si el número de animales comercializados bajo esta modalidad adquiere una magnitud importante (fuera de las particularidades del ítem 3 antes citado).
En este sentido, es válido preguntarse si la industria frigorífica es verdaderamente competitiva. Si lo es, la habilitación de exportaciones de ganado en pie no debería ser un problema. Los frigoríficos deberían ser capaces de competir en igualdad de condiciones y ofrecer precios justos tanto a los productores como a los consumidores. Pero si las exportaciones de ganado en pie empiezan a representar un volumen significativo, entonces será necesario revisar si el problema radica en la carga impositiva que afecta a la industria o en ineficiencias estructurales propias del sector.
El debate no puede reducirse a una consigna ideológica sobre la necesidad del valor agregado. El verdadero desafío es garantizar que este valor agregado sea real y que la industria frigorífica no dependa de barreras artificiales para sostener su rentabilidad. Una vez más, si la única manera de sostener un modelo de industrialización es mediante restricciones a la exportación de materia prima, entonces no estamos hablando de una industria competitiva, sino de un sector que sobrevive gracias a la intervención estatal en detrimento de los productores primarios y los consumidores.
La reciente medida del Gobierno Nacional permite exponer la realidad sin maquillajes. Si la industria frigorífica argentina es realmente eficiente y competitiva, la exportación de ganado en pie será una opción residual y no una amenaza. Pero si esta medida desata una crisis en el sector, quizás haya llegado el momento de preguntarnos si el problema está puertas adentro de la industria o en la excesiva carga tributaria que soporta el país en todos sus niveles.
(*) Ingeniero Agrónomo (MP: 607 CIALP) -Posgrado en Agronegocios y Alimentos- @MARIANOFAVALP