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EL DIARIO digital
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En los debates sobre el futuro económico de Argentina, se suele destacar el potencial del agro, la minería, las energías renovables y los servicios digitales como motores clave para el desarrollo. Estos sectores, gracias a las ventajas comparativas del país, son fundamentales para generar divisas genuinas que fortalezcan las reservas nacionales.
Entre ellos, el sector agropecuario ocupa un lugar preponderante, aportando históricamente una parte sustancial de los dólares que ingresan al país. Sin embargo, más allá de su rol productivo, el campo argentino es también un caso singular de aprovechamiento de energía renovable y, al mismo tiempo, de extracción de recursos minerales.
En Argentina, se cultivan diversas leguminosas, como la soja, el poroto, la alfalfa y la vicia. Estas especies tienen la capacidad de establecer una relación simbótica con bacterias del género Rhizobium, la cual resulta clave para la fertilidad de los suelos. En este proceso, la planta, mediante la energía solar capturada en la fotosíntesis, aporta azúcares a la bacteria, que a su vez convierte el nitrógeno atmosférico en formas asimilables para el vegetal, reduciendo así la necesidad de fertilizantes químicos.
El nitrógeno es el único nutriente del que el suelo puede reponerse de forma natural a través de este proceso biológico. En cambio, otros nutrientes esenciales, como fósforo, potasio y micronutrientes, dependen de la reserva natural de los suelos. Una vez agotados, solo la fertilización puede restaurar su balance.
La soja, principal cultivo exportador del país, es un paradigma de eficiencia energética. En Argentina, producir 50 millones de toneladas de soja requiere aproximadamente 2.944.000 toneladas de nitrógeno, que equivalen a 6.400.000 toneladas de urea, con un valor cercano a 3.000 millones de dólares. Sin embargo, gracias a la fijación biológica del nitrógeno, este insumo es proporcionado de forma natural, evitando una erogación millonaria en importaciones de fertilizantes.
Si esa misma producción de 50 millones de toneladas correspondiera a cultivos no leguminosos como trigo o maíz, el costo en fertilizantes sería significativamente mayor. De este modo, la soja no solo aporta dólares mediante sus exportaciones, sino que también genera un ahorro de divisas al reducir la demanda de insumos importados.
A pesar de este notable ahorro, el agro argentino enfrenta un desafío crítico: la pérdida de fertilidad de sus suelos. Hoy en día, solo se repone mediante fertilización cerca del 30% de los nutrientes extraídos por los cultivos. Este porcentaje varía según el elemento; por ejemplo, en el caso del fósforo, la reposición alcanza en algunas zonas hasta el 70%. Sin embargo, el balance general sigue siendo deficitario.
Esta extracción sostenida sin reposición es comparable a una actividad minera: se remueven recursos del suelo sin regenerarlos. La soja, nuevamente, es un caso ilustrativo. Gracias a su capacidad de absorber fósforo en concentraciones muy bajas, puede mantener su productividad incluso en suelos degradados, donde otros cultivos fracasarían. Pero este éxito aparente oculta un problema: la pérdida gradual de fertilidad química del suelo.
Las políticas actuales, como las retenciones a la exportación, han llevado al productor a buscar la máxima eficiencia a costa de la salud de sus suelos. El resultado es un deterioro que ya se manifiesta en varios indicadores preocupantes: estancamiento de los rindes de soja, disminución del contenido proteico de la leguminosa, caída de los niveles de fósforo disponible y respuesta creciente a la fertilización con micronutrientes.
Urge un cambio de paradigma. Es fundamental que se implemente una política agropecuaria que promueva la fertilización equilibrada. Incentivar la reposición de nutrientes no solo preservará la productividad futura del campo argentino, sino que también permitirá aumentar los rendimientos y, en consecuencia, las exportaciones.
En definitiva, el campo argentino no solo produce alimentos y genera dólares: es un actor clave en la sostenibilidad económica y ambiental del país. Reconocer su doble papel como generador de riqueza y como guardián de nuestros recursos naturales, es el primer paso hacia un desarrollo verdaderamente sostenible.
(*) Ingeniero Agrónomo (MP: 607 CIALP) -Posgrado en Agronegocios y Alimentos- @MARIANOFAVALP