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EL DIARIO digital
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Durante años, la agricultura en Argentina ha operado en un entorno de alta inflación que enmascaraba ineficiencias, permitiendo a los productores aprovechar los saltos devaluatorios para obtener rendimientos positivos sobre sus inversiones. Este contexto impulsaba la siembra intensiva de grandes superficies, ya que el costo de producción inicial quedaba licuado al momento de la cosecha. De esta manera, costos como mano de obra, combustible, reparaciones y otros insumos perdían valor frente al producto final.
Hoy en día, el escenario ha cambiado. La inflación ha disminuido y el tipo de cambio está más alineado con el valor real del mercado, lo que significa que el modelo de siembra para licuar costos ya no es tan rentable como antes. La necesidad de eficiencia en el manejo de recursos se vuelve crucial para los productores, ya que los márgenes de ganancia están más ajustados y los riesgos financieros se han incrementado debido al elevado costo del dinero y la apreciación del peso.
En este contexto, cada decisión debe ser cuidadosamente evaluada porque, ante un revés productivo o una baja en los rendimientos, ya no habrá una inflación alta que absorba las pérdidas. Además, los altos costos de financiamiento exigen evitar los excesos de exposición de capital en producción agrícola, especialmente si el retorno no es lo suficientemente atractivo.
Anteriormente, era común que por ejemplo los productores realizaran una segunda siembra en todos los lotes disponibles después de cosechar el trigo, principalmente soja de segunda. Esta práctica duplicaba los costos de labores, servicios y adquisición de insumos, pero era viable dentro de un esquema inflacionario que permitía amortiguar esos gastos. En el contexto actual, sin embargo, podría ser más prudente realizar un solo cultivo que, aunque deje una menor producción en términos de kilos por hectárea al final del ciclo, logre compensarse mediante la reducción de costos. Este enfoque no solo baja los costos directos, sino que también reduce el costo de oportunidad del dinero, al liberar capital que podría utilizarse en otras inversiones o mantenerse disponible para eventuales contingencias.
En este nuevo escenario, el cambio de enfoque se orienta hacia una reducción de superficie sembrada y una maximización del rendimiento por hectárea en función de las características del suelo y las posibilidades de la empresa. Por ejemplo, en un ambiente de alta aptitud productiva, el productor podría optar por un cultivo de alta productividad como el maíz, aplicando fertilización adecuada. Si el presupuesto es limitado, podría ser más conveniente sembrar 50 hectáreas de maíz bien manejadas que 100 hectáreas a un nivel básico, reduciendo así costos asociados a labores, seguimiento, seguros y comercialización.
Mientras el tipo de cambio diferencial por retenciones a las exportaciones persista, la estrategia de "todo o nada" conlleva riesgos elevados. En este contexto, la planificación financiera juega un rol fundamental en este nuevo esquema. Con tasas de interés elevadas y un costo del dinero alto, inmovilizar capital en grandes superficies agrícolas expone al productor a riesgos financieros elevados, especialmente si el retorno esperado no compensa los costos financieros. En este sentido, es recomendable que los empresarios se asesoren con expertos en la materia y evalúen alternativas de inversión de bajo riesgo y rentabilidad moderada que les permitan diversificar su portafolio. Esta combinación de inversiones agrícolas con opciones financieras más conservadoras puede ayudar a reducir la exposición al riesgo y asegurar cierta estabilidad hasta que las condiciones macroeconómicas del sector se estabilicen.
En empresas mixtas, la ganadería puede representar una opción atractiva. Dado un escenario de estabilidad económica, la actividad ganadera puede convertirse en una buena reserva de valor, sobre todo cuando se decide disminuir la superficie agrícola. En este caso, es importante enfocarse en el ciclo completo, reduciendo costos de adquisición y aplicando una administración prudente. Tener cincuenta animales ganando un kilo diario resulta, en muchos casos, más rentable que manejar el doble de cabezas con una respuesta animal de medio kilo por día de aumento de peso vivo, considerando el costo de oportunidad del capital.
En conclusión, el contexto actual exige un cambio de paradigma: menos superficie sembrada, más eficiencia en cada hectárea, y una diversificación controlada que permita afrontar los retos del negocio agrícola con un enfoque más prudente y rentable.
(*) Ingeniero Agrónomo (MP: 607 CIALP) -Posgrado en Agronegocios y Alimentos- @MARIANOFAVALP