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EL DIARIO digital
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Por Florencia Srur (*)
El 5 de junio de 1992 en la ciudad de Río de Janeiro, Brasil, 196 países el mundo firman la Convención de las Naciones Unidas sobre Diversidad Biológica en el marco de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, también conocida como "Cumbre de la Tierra". A partir de ese momento los países firmantes o partes se han reunido en convenciones llamadas Convenciones de las Naciones Unidas sobre Biodiversidad o COP. Argentina es miembro parte ratificada por la Ley Nacional N.º 24.375 del año 1994. El sábado pasado finalizó la COP16 realizada en Colombia desde el 21 de octubre al 1 de noviembre de 2024.
Para ir por partes, es necesario entender qué es pérdida de biodiversidad. Este concepto se refiere a la disminución o desaparición de la diversidad biológica, entendida esta última como la variedad de seres vivos que habitan el planeta, sus distintos niveles de organización biológica y su respectiva variabilidad genética, así como los patrones naturales presentes en los ecosistemas. La pérdida de biodiversidad es uno de los desafíos más urgentes de nuestra era. Particularmente, Argentina alberga una gran variedad de ecosistemas y especies, pero enfrenta una creciente amenaza debido a la deforestación, la expansión agrícola, la ampliación inmobiliaria sin control y las prácticas extractivas (como minería y petroleo). El 9 de octubre de 2024 ha salido a la luz un nuevo informe Planeta Vivo de la ONG Fundación Vida Silvestre donde muestran datos del índice IPV (Índice Planeta Vivo) que mide la taza de disminución de especies en un tiempo de 50 años de mediciones. Este índice, a nivel global se encuentra en 73% y en América Latina de un 95%. Se estima que, a nivel mundial, cada día se extinguen 150 especies al día, lo que se considera la mayor ola de pérdida biológica desde que desaparecieron los dinosaurios.
Volviendo a la COP16, la delegación argentina compartió sus planes de conservación y restauración de hábitats, con un compromiso en torno al establecimiento de áreas protegidas y la gestión sostenible de los recursos naturales. También destacó la importancia de la cooperación regional en América Latina para preservar ecosistemas transfronterizos. Sin embargo, estos compromisos se enfrentan a un escepticismo creciente, ya que el país no siempre ha logrado transformar sus promesas internacionales en políticas efectivas a nivel local, menos en un contexto nacional de negacionismo ambiental y creciente aumento de beneficios a prácticas contaminantes y extractivistas. La falta de financiamiento, la desregulación casi total de trámites de control ambiental y los modelos productivos actuales complican la implementación de medidas que realmente protejan la biodiversidad. Además, a la hora de redactar los objetivos y las metas que ha propuesto nuestro país, ha faltado certeza temporal y métodos claros para abordarlos; es decir, hay un alto cuestionamiento en la falta de mecanismos de seguimiento para asegurar que estos compromisos se traduzcan en resultados tangibles y no en papelitos de colores.
Argentina enfrenta claramente una paradoja en sus políticas. Aunque se presenta en los foros internacionales como un país comprometido con la biodiversidad, sus políticas económicas favorecen actividades que, en muchos casos, ponen en riesgo la misma biodiversidad que busca proteger. La expansión agrícola, impulsada principalmente por el cultivo de soja, y la explotación de recursos mineros en áreas de gran valor ecológico son claros ejemplos de esta contradicción. Estas actividades no solo afectan la biodiversidad, sino también el acceso a los recursos naturales para las comunidades locales. La comunidad ambientalista insta a que Argentina adopte un enfoque de desarrollo que reconozca la importancia de los ecosistemas para la resiliencia ambiental y social. Este enfoque requeriría un cambio en los modelos productivos actuales hacia prácticas sostenibles que puedan garantizar tanto la protección de la biodiversidad como el bienestar de las comunidades afectadas.
Es necesaria una alineación entre los compromisos internacionales y las políticas nacionales, así como la integración de las comunidades locales y las organizaciones ambientales en la formulación y seguimiento de estas políticas para lograr un cambio real. Sin una visión a largo plazo y el compromiso de abordar las causas profundas de la pérdida de biodiversidad, es probable que el país continúe enfrentando desafíos en la implementación de sus compromisos ambientales.
La urgencia de proteger la biodiversidad exige no solo decisiones "valientes", sino también una voluntad política genuina para superar las contradicciones entre los modelos de desarrollo y la conservación de los ecosistemas.
(*) Ingeniera en Recursos Naturales y Medio Ambiente. MPN365.